Seres y estares
EsculturaSeres y estares
Anastasio el camarero está blanco como una pescailla, y es que no le dá la luz, se levanta a las 6 a.m. y pronto empieza a poner cafés. Tiene un aire de desconfianza. El estrabismo de su ojo derecho no vigila la tiza, ni la caja registradora, ni siquiera parte de la tele, simplemente está torcido.
Pepe es un abuelete con pinta de siciliano, de los que duran y duran, y es que está hecho de otra materia.
Éste es el tercer siglo que conoce y lo ha visto todo. Sólo queda él de sus 12 hermanos. Algunos se los llevó la gripe o la meningitis, y los que quedaban la guerra civil, y él es eterno.
Ahora se toma su vinito blanco siempre a la misma hora en el hogar del pensionista, donde se sienta a jugar las partidas de dominó y ver los días pasar.
Curro se levanta silbando, siempre contento, espera impaciente la hora de la litrona y el bocata de tortilla que le preparó Mari. El albañil tiene una mirada cartesiana y un inteligente piropo para la morena que pase.
Pedro el funcionario es translúcido, casi transparente, se mimetiza entre el mobiliario de la oficina. De La tercera generación de la dinastía de los Pérez, padre de Pedrito, que ya está opositando. Dejó de masturbarse antes de ir al trabajo ya hace años. Una vida pasiva y cronometrada, el aire se hace gelatina al paso por una vida aburrida.
Pelusa ya empezó en la faku, pero lo que más aprovecha en Sevilla es la cervecita en el Salvador y los petas. Cuando hay timbalada lo flypa con el babalú. Aunque es serena y dulce tiene un lado bastante rebelde.
Antonio vuelve a estar preso. Desde chiquetito no para. El riego le da para poco y nada bueno. No tiene maldad. Este delincuente sólo es travieso. Se aficionó al boxeo, en su barrio de Pérez Cubillas, también al bazuko. Ahora tiene la nariz rota y se le caen los dientes; a esto último también colaboró la presencia policial, aunque dicen que en su barrio hay poca.
Eje! toro!!
Rafael, el “Faele”, perdió los dientes por su adicción a los caramelos Chimos. Es buena gente pero le pierde el vicio. Vivía demasiado cerca de las tres mil viviendas y ahora es un gorrilla, aparca coches en la puerta del hospital García Morato. Cuando sale de Bami es porque tiene para el paquetillo; va a meterse un 5.
Gertrudis va con la cabeza tan alta que se va a dar la vuelta. Mira de reojo a los pobres que están a la puerta de la iglesia, y es que es una creyente acérrima de la doble moral. Tras pasar dos horas en el taller de reparaciones ya está lista para tirarse a las calles a ver tiendas y no comprar nada, acicalada con las joyas de la familia. La lujosona anda más recta que un cirio.